Virus HIV

Un equipo de científicos de la Universidad de Buenos Aires realizó un importante avance sobre el contagio del VIH.

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Los espermatozoides podrían tener un importante rol en la transmisión del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), de acuerdo a un estudio de la Universidad de Buenos Aires que se publicó ayer en la revista digital Journal of Experimental Medicine. Al parecer, los espermatozoides, y no sólo el fluido en el que se encuentran, pueden transmitir el virus a varias células del sistema inmune que suponen los principales “caminos” para expandir el virus por todo el organismo Receptores.

La investigación, que consiste en una experimentación in vitro, fue llevado a cabo desde el Centro Nacional de Referencia para el Sida (CNRS), institución que depende de la Facultad de Medicina de la UBA. Los investigadores trabajan con espermatozoides, de los que hasta ahora no se tenía una idea muy clara sobre el papel que cumplen a la hora de transmitir la infección. Lo que sí se sabía anteriormente es que, en un hombre infectado, el VIH se transfiere a través del semen, que lleva tanto virus flotando “sueltos”, como glóbulos blancos infectados. Precisamente, el equipo del CNRS profundizó un poco en la forma en que el semen transporta al virus.
En diálogo con Hoy, Ana Ceballos, una de las autoras del trabajo, contó que “se logró determinar un receptor del espermatozoide, llamado heparán sulfato, por el cual el VIH se pega a él”. Según explicó, otros trabajos científicos publicados anteriormente sugerían que el principal receptor era otra molécula, llamada mannose, pero la nueva investigación muestra que ésta última tiene, en realidad, un papel mucho menor. “La otra novedad de nuestro trabajo es que el espermatozoide ofrece el virus a unas células del sistema inmune llamadas dendríticas que, a su vez, se lo lleva a otras células, los linfocitos T, y así se va expandiendo la infección”, señaló la especialista, y enfatizó: “Por eso decimos que el espermatozoide podría tener un papel relevante en la transmisión temprana”.
Ahora bien, con respecto a la circunstancia en que el espermatozoide se une o toma contacto con las células dendríticas, los investigadores suponen que eso podría suceder a través de las pequeñas abrasiones que, en general, se producen en la cubierta vaginal o anal durante la relación sexual, así como por alguna herida existente. Otra forma de ponerse en contacto podría ser por una especie de “puntas” parecidas a dedos que tienen las células dendríticas, y que se extienden hasta las superficies mucosas.
Acidez
Por otra parte, los autores del trabajo también notaron que, sometidos a un pH (medida de la acidez de una solución) similar al que presenta la vagina después del coito, los espermatozoides captan aun con mayor eficiencia al virus, lo cual promueve una tasa más alta de infección. Según explica Ceballos, un entorno vaginal saludable se encuentra normalmente en un pH de entre 4,0 y 6,0, mientras que los valores normales del semen varían entre 7,2 y 8. Pero cuando el semen entra en contacto con la mucosa vaginal, el pH de la vagina aumenta y llega hasta 6,5. Así, al nivelarse los pH de ambos genitales, el VIH pasa más fácil de uno a otro.
Este estudio “pone de manifiesto que la acidez de la vagina, en estado normal, proporciona un mecanismo de protección frente a la transmisión sexual del virus. El reto es conseguir un producto que sea capaz de mantener este ambiente incluso después del acto sexual”, concluyen los autores.
Como los valores de pH similares a los genitales femeninos y masculinos fueron “logrados” en el laboratorio, a partir de ahora los estudios están encaminados a comprobar si estos mismos procesos se dan por sí solos naturalmente. “Ya empezamos a analizar lo que sucede en algunos modelos de ratones, como para verificar si la interacción entre el espermatozoide y las células dendríticas que vimos in vitro, también se da in vivo”, señala Ceballos, y agrega que “un escenario podría ser el momento posterior a una relación sexual”.
Cabe destacar que el grupo de trabajo es interdisciplinario, y contó con especialistas de la Academia Nacional de Medicina, el Ibyme (Instituto de Biología y Medicina Experimental), el Instituto Halitus, y una colaboración desde el Instituto Curie, en Francia, por parte de Sebastián Amigorena, un biólogo argentino que se desempeña allá.